jueves, 27 de septiembre de 2007

EL CINE ESTA HECHO DE INFLUENCIAS



Palermo Hollywood -una fabula porteña- (Argentina/2004).
Dirección: Eduardo Pinto.
Con Brian Maya, Matías Desiderio, Manuela Pal, Edgardo Nieva, Cristina Banegas, Martín Adjemián, Miguel Dedovich y Claudio Rissi.
Guión: Brian Maya y Federico Finkielstain.
Fotografía: Pablo Schverdfinger
Duración: 110 minutos. Apta para mayores de 16 años.

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Termino de ver la película por segunda vez (luego de haberla visto hace tres años en una sala vacía del Village, solo, un día antes de que la borren de la cartelera) y me encuentro en Internet con que las criticas golpean duro al primer film de Eduardo Pinto. La idea, en realidad, fue de Brian Maya, quien escribió, guionó y protagonizó esta Fábula Porteña, tal como es llamada por su sub-título. Zaratustra recomienda fervorosamente esta película por parecerle intensa, honda, ciclotímica, ágil, y por contar con una trama atrapante que transcurre en Buenos Aires, en una historia donde se respira pesado y no solo aire. Es fuerte, es cruda, no es para cualquiera en realidad; solo para aquellos que necesiten a través de una película vivir un momento sublime de sensaciones, tales como miedo, paranoia, intriga y picos de entendimiento de factores cotidianos: amistad, casualidad, desenfreno.
Es cierto que es un debut fílmico, como resaltan sus detractores. Estos han mirado taaantas películas que necesitan proyectar sus frustraciones en criticas, y como en este caso, detectar similitudes con anteriores films realizando denuncias por plagios y por escasa creatividad en contra de Maya, por ejemplo. Defenestran los guiones por “poco consistentes” o “irreales” y desautorizan su trama por considerarla lugar común. Es impresionante que gente así escriba y tenga público. Les recomiendo a ellos que sigan mirando sus películas pero que no opinen cuando un producto como Palermo Holliwood aparece en escena, pues lo hacen caer de la cartelera cascoteándolo desde sus blogs e impiden que mas gente lo vea en el cine, con imagen gigante y sonido callejero fiel, exacto y muy real.

Acción

Todas son una noche mas en Palermo... El exceso es la moneda corriente. A una amistad melancólica se le saldrá la cadena y todo quedará suspendido en el aire con emociones fuertes. Si uno esta concentrado y dispuesto a ver buen cine argentino, ya la primera situación de la película con la moto a todo volumen filmada de frente al casco del piloto, da cuenta de la aceleración en las mentes de los pibes protagonistas: plena crisis post corralito 2002, sol con chicharras en Palermo, la hermosura femenina como móvil de traición, noches de naufragio violento y peligro latente todo el tiempo. Siempre al límite, hasta que en un momento la pesadilla se hace real. Los hechos se desencadenarán con giros inesperados y disfrutables. Palermo Holliwood sorprende y mantiene con el pecho angustiado hasta el final al espectador, quien se despedirá de la sala con una sensación de vacío e intranquilidad.
Es necesario mirar la película, con pasión, no estar buscando similitudes con trabajos parecidos. Entregarse distendido ante esta Fabula Porteña, lejana y complicada tal vez, pero posible y realizable, mas aún por personalidades adictivas. ¿Que me vienen a hablar de irrealidad? Por favor, es la vida misma. La del descarrilado, la del exceso, la autopista a contramano que siempre esta ahí, esperando, y que cualquiera puede tomar. Una vez que entras, “no salís mas”, como augura uno de los diálogos finales de la película. Las actuaciones son mas que creíbles y permiten sumergir al interesado en el verdadero mundo de la desdicha, las sensaciones extremas y la felicidad.

domingo, 23 de septiembre de 2007

¿Aproximación a qué?

Lo que nos habla, me parece, es siempre el acontecimiento, lo insólito, lo extraordinario: cinco columnas en la tapa, grandes titulares. Los trenes sólo empiezan a existir cuando descarrilan, y cuantos más viajeros muertos, más existen los trenes; los aviones sólo acceden a la existencia cuando son desviados; los autos tienen por único destino chocar contra los plátanos. Cincuenta y dos fines de semana por año, cincuenta y dos balances: ¡tantos muertos y tanto mejor para la información si las cifras no paran de aumentar!. Es necesario que detrás de un acontecimiento haya un escándalo, una fisura, un peligro, como si la vida solamente debiera revelarse a través de lo espectacular, como si lo significativo fuera siempre lo anormal: cataclismos naturales o conmociones históricas, conflictos sociales, escándalos políticos.
En nuestra precipitación por medir lo histórico, lo significativo, lo revelador, no dejemos de lado lo esencial: lo verdaderamente intolerable, lo verdaderamente inadmisible, el escándalo no es la conmoción sino la tragedia convertida en rutina.
Los malestares sociales no son preocupantes en períodos de huelga, son intolerables las veinticuatro horas por día, los trescientos sesenta y cinco días al año. Los maremotos, las erupciones volcánicas, las torres que se derrumban, los incendios forestales, los túneles que se derrumban... ¡Horrible!, ¡Terrible!, ¡Monstruoso!, ¡Escandaloso!. Pero, ¿dónde está el escándalo?, ¿el verdadero escándalo?. ¿Acaso el diario no dijo sólo: siéntanse seguros, ya ven que la vida existe, con sus altos y sus bajos, ya ven que pasan cosas?.
Los diarios hablan de todo, salvo de lo diario. Los diarios me aburren, no me enseñan nada; lo que cuentan no me concierne, no me interroga y, de antemano, no responde a las preguntas que me hago o que quisiera hacer.
Lo que pasa realmente, lo que vivimos, el resto, todo el resto, ¿dónde está? ¿Cómo dar cuenta de lo que ocurre cada día y vuelve a ocurrir cada día, lo banal, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, el ruido de fondo, lo habitual? ¿Cómo interrogarlo? ¿Cómo describirlo?
Interrogar lo habitual. Pero justamente, estamos habituados a eso. No lo interrogamos, no nos interroga, no parece constituir un problema, lo vivimos sin pensar en ello, como si no transmitiera ni pregunta ni respuesta, como si no fuera portador de ninguna información. Ni siquiera es condicionamiento, es anestesia. Dormimos nuestra vida como un sueño sin sueños. Pero, ¿dónde está nuestra vida?, ¿dónde está nuestro cuerpo?, ¿dónde está nuestro espacio?.
Cómo hablar de esas cosas comunes, más bien, cómo acorralarlas, cómo hacerlas salir, arrancarlas de la corriente en la que permanecen sumergidas, cómo darles un sentido, una lengua: que hablen finalmente de lo que existe, de lo que somos.
Quizás se trata finalmente de fundar nuestra propia antropología: lo que va a hablar de nosotros, la que va a buscar en nosotros lo que durante tanto tiempo nosotros saqueamos en los otros. Ya no lo exótico sino lo más humano y permanente.
Interrogar eso tan conocido que ya hemos olvidado hasta desconocer su origen. Volver a encontrar algo de la sorpresa que podían experimentar Julio Verne o sus lectores frente a un aparato capaz de reproducir y de transportar los sonidos. Porque esa sorpresa existió, y miles de otras también, y son ellas las que nos han modelado.
Lo que se trata de interrogar es el ladrillo, el hormigón, el vidrio, nuestros modales en la mesa, nuestros utensilios, nuestros horarios, nuestros ritmos. Interrogar lo que parece para siempre haber cesado de sorprendernos. Claro que vivimos, claro que respiramos, caminamos, abrimos puertas, bajamos escaleras, nos sentamos a una mesa para comer, nos acostamos en una cama para dormir. ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué?
Hablo de describir mi calle, una avenida cercana, el inventario de mis bolsillos o mi mochila, interrogarme sobre el lugar de donde provienen las cosas que están ahí. Preguntar a mis cucharitas. ¿Qué hay debajo del empapelado? ¿Cuántos gestos son necesarios para marcar un número de teléfono? ¿Por qué va la gente a los bares? ¿Por qué tanta gente está sola? ¿Por qué nadie se ocupa de los ancianos?
Poco me importa que estas preguntas sean, aquí, fragmentarias. Al menos son indicativas de un método, a lo sumo un proyecto. Parecen triviales y fútiles: eso es lo que, precisamente, las vuelve tanto más esenciales que otras –tan defendidas por el periodismo convencional- a través de las cuales hemos intentado vanamente captar nuestra verdad.


Georges Perec
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