miércoles, 31 de octubre de 2007

El parque Las Heras, sobre las ruinas de La Penitenciaría



Origen y características del pulmón verde de Palermo



Es uno de los pocos parques de Buenos Aires en que, parándose en uno de sus extremos, la persona no llega a ver la otra punta del predio. En su interior, esta plaza gigante con apariencia de bosque alberga una variada gama de árboles y plantas, algunas de gran altura, que junto al verde césped le dan vida a la llanura natural en medio del barrio porteño de Palermo. Un oasis de nueve hectáreas devenido en pulmón de metrópolis, en donde hace 130 años se inauguró una de las cárceles mas seguras en la historia del país: La Penitenciaría Nacional, testigo mudo de asesinatos, fusilamientos y hechos oscuros.
La zona por donde hoy confluyen doce líneas de colectivos y miles de transeúntes por día, hace mas de un siglo era considerada parte de la Provincia de Buenos Aires, es decir, un sector de las afueras de la ciudad en donde bien podía implantarse este castillo medieval imaginado por Ernesto Bunge, aquel arquitecto que en 1876 diseñó la prisión en medio de extensos campos. El futuro se comería esos descampados con el paso del tiempo y la Capital Federal, en medio de su monstruosa expansión hacia el sector del Río de la Plata, se terminó devorando los espacios verdes para darle lugar a la urbe gris, que finalmente ganó la pulseada y obligó la demolición total de la Penitenciaria.
Encuadrado por las avenidas Las Heras y Coronel Díaz, y las calles Juncal y Salguero, el Parque Las Heras conforma en esta época un espacio ideal para disfrutar del cielo abierto y lleva a sentirse “encerrado” por las impactantes y altas torres de departamentos lindantes, ocupadas por una clase media alta que paga sendos contratos de alquileres por gozar de una vista privilegiada.
Pero la realidad era distinta en 1877, año en que las instalaciones de la Penitenciaría Nacional fueron estrenadas luego de que los calabozos del Cabildo se saturaran. Por esa razón, mas de 300 prisioneros fueron trasladados a la nueva fortaleza con modelo panóptico: largos pabellones —de dos pisos— que confluían en un garita central, donde el guardia observaba todo casi sin girar la cabeza. Justo en el lugar donde se erguía esa siniestra torre de control en la que se vigilaba a cientos de presidiarios, con trajes a rayas blanco y negro y bajo la prohibición absoluta de hablar entre ellos, hoy se balancean niños en hamacas y calesitas; un contraste impactante en un sitio emblemático del que pocos conocen su historia.
En esta cárcel de máxima seguridad, con paredones de siete metros de largo por tres de ancho en su base, no solo se encerraba a los reclusos para condenarlos. Allí funcionaban talleres de artes y oficios diferentes tales como zapatería, carpintería, mecánica, herrería, al igual que se elaboraban exquisitos (y famosos) pan dulces para fin de año. Un total de 25 talleres, algunos creados para abastecer las necesidades del establecimiento penitenciario, y la mayoría, con el fin de elaborar productos para las distintas reparticiones nacionales o provinciales.





Sin dudas, uno de los episodios que marcó a fuego la historia de este correccional fue el fusilamiento del General Juan José Valle, quien en la noche del nueve de junio de 1956 lideró el intento del peronismo de retomar el poder en un levantamiento armado contra la autodenominada Revolución Libertadora. El hecho es famoso también porque durante la sublevación, cinco inocentes fueron masacrados por el gobierno de facto de Aramburu en un basural de José León Suárez, historia revelada en detalles por el libro Operación Masacre, del periodista Rodolfo Walsh. Un monolito recuerda a Valle en el centro del parque: “Aquí se fusiló a la patria”, reza la plaqueta.
Con el progreso y el paso de los años, la zona conocida hoy como Villa Freud -por la cantidad de consultorios psicoanalíticos que allí se encuentran-, dejó de ser parte de “las afueras” de la ciudad, para convertirse de forma gradual en uno de los sectores mas poblados y buscado por los nuevos habitantes de Buenos Aires. Así fue como a partir de 1950 en adelante, la fantasmagórica presencia del enorme penal comenzó a molestar a sus nuevos vecinos, en su mayoría, miembros de una clase media alta que veían con buenos ojos la posibilidad de quedar ubicados a metros de uno de los pulmones verdes mas extensos de la Capital. Finalmente, el cinco de enero de 1962 comenzaron las explosiones que demolerían por completo a la Penitenciaria Nacional.
Los muros de siete metros fueron reducidos a 80 centímetros y el gran castillo del castigo se convirtió en un inmenso parque con forma de arco, como inflado en su interior; seguramente bajo las raíces de los árboles estén las toneladas de escombros de lo que supo ser una de las principales cárceles de la región. Hoy dos escuelas, una Iglesia y varias canchitas de fútbol inspiran otro paisaje. Al menos, hasta que el progreso tome otra de sus grandes decisiones.

No hay comentarios:

Powered By Blogger